Diego debe rondar los cien años, pero se encuentra en plena forma. Come parsimoniosamente, toma prolongados baños de sol para calentarse y pasa los días pensando en lo que piensen las tortugas gigantes, quizá en sus encantos como macho.
Desde luego, nadie pone en duda su potencia sexual. En los últimos cuarenta años, este ejemplar del centro de cría de Puerto Ayora, en las islas Galápagos, ha sido padre de entre 350 y 800 retoños –la cifra varía entre las estimaciones más conservadoras y las más aventuradas–, y sus esfuerzos como galán han sido determinantes en la recuperación de su especie, Chelonoidis hoodensis.
Dándolo todo por la causa
En los años 60, las tortugas gigantes de la Española, como se conoce a Diego y sus congéneres, endémicas de la isla que les da nombre, se encontraban al borde de la extinción.
Siglos de explotación –su carne era muy apreciada por los marineros– y la destrucción de su hábitat redujeron su población a solo quince individuos.
Se inició entonces un ambicioso programa de cría en cautividad del que Diego, precisamente, acabaría siendo uno de sus principales protagonistas: desde 1977, cuando regresó del zoo de San Diego, en EE. UU., adonde había sido trasladado, ha contribuido activamente a que hoy el censo de Chelonoidis hoodensis ascienda a unos mil ejemplares. Sus cuidadores no tienen dudas sobre su futuro: este donjuán morirá con las botas puestas.
Fuente: GV
0 comments:
Publicar un comentario