Fue una cuestión de dominación. Y eso, exactamente eso, es lo que hacen estos Lakers. Con una defensa ultra física que comba a rivales de todo signo (por ahora en playoffs Blazers, Rockets y Nuggets), músculo al estilo de la NBA de hace un cuarto de siglo y un excelente gestor como Frank Vogel, le van quitando a su rival argumentos, energía, posibilidades. Van reduciendo los partidos a su mínima expresión, al equipamiento básico: y a esa pelea primordial comparecen con LeBron James y Anthony Davis. Los Lakers son un equipo de vieja escuela, que cuando juega bien no gana, somete. Mete al rival en crisis de identidad, en un desánimo casi existencial, en el más puro complejo físico.
¿Obliga a tanto esfuerzo para anotar contra su montaña de brazos y músculo que los rivales acaban bajando el pistón en defensa. A veces una rendija, lo suficiente, por la que se cuelan LeBron y Davis. Otras veces un boquete por los que entra en estampida toda la fuerza de un equipo que domó (116-98 final) a los Heat en el arranque de las Finales 2020, enseñó por qué es a partir de ahora muy favorito para ser campeón (recuerdo: por decimoséptima vez) y se colocó a tres victorias de su primer título en una década.
Por supuesto, solo es un partido. Y las Finales se juegan al mejor de siete. Una victoria mañana y los Heat estarán ilesos con un millón de batallas por disputar. Pero después de un recorrido excepcional por el Este y de gobernar siempre sus eliminatorias, por primera vez los de Spoelstra se dieron un golpe contra la realidad. Por primera vez fueron maniatados y zarandeados durante casi un partido completo.
Por primera vez se sintieron aterradoramente inferiores y por primera vez empiezan perdiendo y tienen que afrontar la presión temprana de un segundo partido que puede revivirlos o mandarlos casi definitivamente a la lona. Sus problemas van más allá de una mala noche, que lo fue: Goran Dragic sufrió una fea lesión en un pie (desgarro en la fascia plantar) y Bam Adebayo se hizo daño en un hombro tras un choque con Dwight Howard. Hasta Jimmy Butler se torció el tobillo antes del descanso pero volvió a jugar sin problemas aparentes. Ganar las Finales es una cuestión de muchas virtudes, también la suerte con las lesiones. Y, hasta en eso, el estreno fue sombrío para Miami Heat.
Un parcial de 75-30 en el eje del partido
Durante medio partido, entre el ecuador del primer cuarto y el del tercero, los Lakers enseñaron un nivel asombroso. Sencillamente, de equipo campeón. El que destrozó a los Rockets y acabó sofocando un millón de rebeliones de los Nuggets. O mejor incluso, por el escenario: las Finales. Por la presencia entre el público virtual de, entre otros, Barack Obama, Shaquille O’Neal, Bill Walton, Dywane Wade, Kareem Abdul-Jabbar, Manu Ginóbili… y Pau Gasol con una camiseta de Kobe Bryant. Y porque el rival podía ser aparentemente inferior y teóricamente una Cenicienta (pero una con botas de combate), pero es un equipo al que no habíamos visto caer en estos playoffs con tanto estrépito, tan carente de respuestas desde el banquillo y la pista. Tan inferior a un rival más rápido, más fuerte, más duro. Mejor.
Medio partido: los Heat arrancaron a toda máquina, cerrando el aro (solo uno de los primeros diez tiros de los Lakers fue en penetración), peleando el rebote y circulando en ataque para encontrar al jugador liberado. Bang, bang, bang: 12-25 en 8 minutos que enseñaron todo lo que ha hecho a los Heat campeones del Este y aspirantes a ser el primer equipo que gana un título desde el puesto 5 de su Conferencia. El problema para ellos fue que el siguiente medio partido enseñó, con titulares a toda página y luces de neón, por qué estos Lakers han ganado el Oeste entre trazas de bloque perfectamente ganador: de ese 12-25 en el minuto 8 se pasó a un 87-55 en el 30. Un parcial de 75-30 en unos 22 minutos de juego real. Algo muy difícil de ver en unas Finales: una cuestión de dominación.
Después, los suplentes de los Heat rebañaron lo que pudieron, con la irrupción de Kendrick Nunn (18 puntos en los minutos de la basura) con dos marchas más metidas que el resto. Los Lakers en modo control, los Heat pendientes de las noticias de la enfermería. Jimmy Butler acabó haciendo la guerra por su cuenta, excelente trabajo de la defensa de los Lakers ,y acabó con 23 puntos y 5 asistencias, muy de más a menos. Jae Crowder metió tres triples muy rápido y solo uno después (12 puntos) y el partido le pasó por encima a Adebayo (también hasta su lesión: solo 8 puntos, ninguna asistencia) y un Tyler Herro que, el primer jugador nacido en 2000 en unas Finales, pagó la novatada: 14 puntos, 6/18 en tiros, -35 en pista.
Los Heat solo han perdido un partido y hay las suficientes cosas (sobre todo el tiro exterior de los Lakers) que pueden virar y devolverles las opciones. Es una obviedad. Pero les toca remar a contracorriente y contra un rival de hierro que tiene a los dos mejores jugadores de una serie que, sigue siendo la mejor noticia para los de Florida, no ha hecho más que empezar. Todo es posible.
Ese tramo central de los Lakers fue una exhibición imperial de baloncesto sólido, ganador, brillante. Con manos en defensa por todas partes para cortocircuitar la circulación de los Heat, un dominio tiránico del rebote (54-36 final, 34-16 entre el segundo y el tercer cuarto), sentido en los roles de cada jugador y un ataque paciente y disciplinado que fue leyendo y explotando cada desajuste de un rival que acabó jugando en desbandada, sin disciplina: exactamente como es más vulnerable. Ayudó, claro, un difícilmente sostenible 13/20 inicial en triples de unos Lakers que suelen flojear desde la línea de tres. En ese ritmo de porcentajes, o en uno similar, serán campeones si no media un milagro. Es así de sencillo.
El partido elevó a una rotación en la que brillaron todos: Caldwell-Pope, Green, un intenso Morris, un concentrado Kuzma, un inteligente Rondo y un Caruso que jugó minutos excepcionales.
Si la infantería rinde a ese nivel, los Lakers son inalcanzables. Porque al frente tienen una pareja monstruosa. LeBron James empezó atascado y acabó controlando totalmente el juego. Llevaba desde 2011 sin ganar el primer partido de una Final (2-8 ahora en un duelo que suele ser para él maldito). Con 35 años, acabó ganando casi todas las batallas, encontrando todos los puntos de fuga en la defensa de los Heat y firmando 25 puntos, 13 rebotes y 9 asistencias. En sus décimas Finales, en las que ha disputado 50 partidos, LeBron fue el conductor y Anthony Davis el ejecutor: 34 puntos, 9 rebotes, 5 asistencias y 3 tapones. A nivel MVP, Davis anotó por dentro y por fuera, metió triples, acabó circulaciones con mates y devoró a Adebayo mientras hubo guerra en las zonas. En ataque fue determinante… y su partido defensivo fue todavía mejor: intimidación y una presencia inacabable en el pick and roll, algo a los que los Heat no se habían enfrentado hasta ahora. Otro tipo de rival, uno terrorífico.
Solo es un partido. Las Finales son una batalla de ajustes y Erik Spoelstra es un excelente entrenador. Hará cosas. Pero la sensación es que los Lakers son más favoritos de lo que muchos pensaban. Y la realidad es que están a tres triunfos de su decimoséptimo anillo. A tres de teñir, otra vez, la NBA de púrpura y oro. Esa es su historia, hacia ella dan zancadas. Queda mucho, un mundo, pero esta victoria fue colosal: pura imposición.
Fuente: Versión Final
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