De costa a costa, las imágenes de largas colas de ciudadanos esperando para votar de forma anticipada en las elecciones presidenciales se repiten por todo el país, de Texas a Florida, pasando por Nueva York, Georgia o California. A cinco días de los comicios, más de 80 millones de ciudadanos han depositado ya sus papeletas, una cifra que supone más de la mitad de todo el voto emitido hace cuatro años. El fenómeno anticipa una alta participación, y un posible retraso del recuento alimenta la posibilidad de que los estadounidenses se vayan a dormir el 3 de noviembre sin saber quién ha ganado. La incertidumbre es material explosivo en un país tan crispado y con un presidente que azuza, sin base alguna, el fantasma del fraude.
A menos de una semana de que se celebren las elecciones, los negocios cercanos a la Casa Blanca, en Washington, refuerzan las planchas de chapa con los que tapiaron sus escaparates este verano, en el fragor de los disturbios y las protestas contra el racismo.
Calificar de histórica una cita electoral tiene algo de lugar común, pero esta vez, en Estados Unidos, en lo único que demócratas y republicanos están de acuerdo es precisamente en eso, en que el próximo martes el país se enfrenta a los comicios más importantes en décadas.
La primera potencia mundial se halla atravesada por tres crisis simultáneas: la económica, la sanitaria y la social, en medio de la mayor ola de movilizaciones en medio siglo. La población ha tomado buena nota de la trascendencia del momento y se están volcando en las urnas llegando a niveles récord.
Más de 48 millones de personas han votado ya por correo y casi 25 millones más lo han hecho en persona, según la base de datos de US Elections Project. En total, son 240 millones los estadounidenses que pueden participar en los comicios. Para algunos, hacerlo de forma anticipada es una forma de evitar aglomeraciones el día D y, por tanto, reducir los riesgos de contagio en plena pandemia de coronavirus; para otros, una solución de agenda, ya que en Estados Unidos se celebran las elecciones en día laborable, primer martes de noviembre, y las empresas no tienen obligación de dar permiso a los trabajadores para acudir a elegir a su presidente.
El recuento de voto por correo requiere más tiempo que el presencial, entre otros motivos, porque algunos Estados exigen la verificación de la firma y otros aceptan las papeletas recibidas hasta varios días después del 3 de noviembre, siempre y cuando el matasellos esté dentro de la fecha límite. Normalmente, este volumen de votos no suele ser tan importante como para marcar una diferencia y, aunque el resultado definitivo se conozca después, la madrugada del día siguiente a la votación ya se conoce quién será la persona que va a gobernar Estados Unidos los siguientes cuatro años. Sin embargo, si este voto resulta masivo y, por tanto, influye en el resultado, podrían pasar días hasta conocer el ganador definitivo de las elecciones.
El caso recuerda a los comicios de 2000, cuando la disputa por el resultado de la votación en Florida y la denuncia de irregularidades por parte del candidato demócrata, Al Gore, desembocó en una batalla judicial de más de un mes de duración. No fue hasta mediados de diciembre cuando el Tribunal Supremo dirimió en favor del republicano George W. Bush, al considerar inconstitucionales los recuentos manuales impulsados por Gore, y el demócrata renunció con deportividad.
Pero la incertidumbre despierta un miedo muy distinto en un país en llamas como es hoy por hoy Estados Unidos, con una ristra de grupos ultra abonados a las teorías de la conspiración y campando armados por todo el país. El propio presidente Trump se ha encargado de sembrar dudas en torno al proceso electoral denunciando, sin base, un posible fraude. El pasado septiembre, cuando un periodista le preguntó en rueda de prensa en la Casa Blanca si se comprometía a una transición pacífica si perdía las elecciones, echó balones fuera y abonó las dudas sobre el rigor del proceso electoral estadounidense. “Veremos qué pasa, sabe que me he quejado mucho de las papeletas por correo, es un completo desastre”, dijo. “Las papeletas están fuera de control y los demócratas lo saben mejor que nadie”, añadió. /El País
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