Enclavado en las montañas Chartreuse, en Francia, el monasterio de la Gran Cartuja es el hogar de un claustro de monjes católicos.
Los miembros de la orden cartuja evitan el contacto con el mundo exterior para enfocarse mejor en la contemplación y la oración.
Pero este escenario místico es la cuna de un producto totalmente terrenal, el Chartreuse, un licor de alta gradación alcohólica producido con una receta que, se dice, fue entregada a los cartujos en 1605.
Eso sí, los monjes de la Gran Cartuja no son los únicos que se dedican a este tipo de empresa.
Hay órdenes religiosas que han producido bebidas alcohólicas (como la cerveza de los monjes trapenses o el vino tónico de la Abadía de Buckfast) por razones económicas y medicinales.
Y algunos de estos productos nunca han sido tan populares como ahora. En una era en la que el origen de los alimentos y las bebidas es cada vez más importante, una bebida con una raíz tan distintiva lleva consigo un cierto prestigio.
La marca Chartreuse vendió 1,5 millones de botellas en el mundo en 2015, a unos US$55 por botella, y todas las ganancias fueron al apoyo de la orden y de sus productos de caridad.
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