Poner mote a todo es la estrategia que planteó Richken Peña a sus 30 compatriotas venezolanos, quienes se alistan para abrir algún negocio de alimentos en la ciudad de Cuenca.
Estos jóvenes están en proceso de dejar la mendicidad en las calles como medio de subsistencia. Peña es uno de los capacitadores de la segunda fase del proyecto Dignidad, impulsado por la Fundación Haciendo Panas, con el financiamiento de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
La primera fase concluyó en agosto y cumplió el objetivo de erradicar el uso de niños, niñas y adolescentes en la mendicidad. Uno de sus padres fue capacitado para emprender en algún negocio.
La fundación tiene dos años de vida jurídica y de la primera fase hay 30 familias con emprendimientos propios y 120 menores de edad reinsertados a la educación, explicó su presidenta, Otibel Balero.
Adriana Núñez, de 35 años, es parte de ese proceso. Llegó a Cuenca hace tres años, con su esposo y seis hijos, desde la ciudad de Rubio. Ha hecho de todo, pero antes de la pandemia vendía arepas en sus recorridos por la ciudad.
Con el confinamiento se quedó sin trabajo. “Salimos al semáforo a vender fundas y a pedir limosna con mis hijos, porque no lo voy a negar”, recordó Núñez. La meta de esta familia era recolectar USD 20 diarios para la alimentación y ahorrar para el arriendo.
“Había gente que nos compraba y otros que nos regalaban una moneda. Otros nos veían como ladrones y subían los vidrios de los carros cuando nos acercábamos. Eso es humillante”, comentó Núñez.
Un día, ella y sus compañeros emprendedores fueron abordados en la calle por técnicos de la fundación. Identificaron a 70 familias que vivían de la mendicidad, pero al final seleccionaron a 30 personas, que es el límite por fase.
De allí escogieron a quienes saben algún oficio y tienen deseos de emprender, explicó Balero. Cada beneficiario firmó un acta donde se comprometía a no utilizar a sus hijos para la mendicidad.
En los cuatro meses de capacitación reciben atención integral: tres días a la semana clases sobre ventas, marketing, finanzas, atención al cliente; también, asistencia médica, psicológica y jurídica.
En el proceso de formación, la fundación también les ayuda con alimentos, dinero para el arriendo y un capital semilla en herramientas para montar el negocio escogido.
En el seguimiento realizados se constató que al principio algunos beneficiarios seguían al pie de los semáforos, porque no tenían otro ingreso, pero sin los niños. Richard Rosales, de 54 años, por ejemplo, vendió frutas hasta una semana antes de graduarse.
Ese día abrió una panadería artesanal en su casa, donde trabaja con su esposa. El producto lo entrega a domicilio. “Soy chef y nunca imaginé que terminaría vendiendo frutas en un semáforo y que la gente me regalara dinero”.
Rosales está contento y motivado con su negocio. Entre sus metas está crecer en producción y ventas y abrir una tienda. “No he venido a Ecuador a ser una carga, sino para aportar al aparato productivo y generar empleo”.
Este padre cuenta que antes obtenía unos USD 10 diarios y con la panadería vende alrededor de USD 70, de los cuales le quedan 30 de ganancia. Rosales lleva dos años en Cuenca y su esposa e hijo llegaron en marzo pasado.
Por los resultados obtenidos, hace dos semanas empezó la segunda fase con otros 30 venezolanos. Entre ellos están Jackeline, de 38, que tiene como meta abrir un taller para elaborar calzado; y Francisca, 66 años, una academia para enseñar a niños sobre cocina.
Esta oportunidad no la voy a desperdiciar, porque creen en mí y en mi capacidad, contó Francisca, quien el pasado martes sonrió cuando el instructor Peña le recomendó que a todos los platos pusieran mote para ser exitosa, porque así cautiva al cliente cuencano.
La primera fase, Haciendo Panas, recibió USD 56 000 de la OIM; en la segunda fueron USD 70 000. En la actualidad analizan la posibilidad de replicar el proyecto en otras ciudades del país, donde se vive la misma realidad social. Además, integrar a otras instituciones al programa.
En Cuenca, la fundación tiene identificadas a 180 familias que viven pidiendo ayuda en las calles. Pero Balero ha notado que hay quienes se resisten a salir de esa forma de vida.
En la pandemia, algunas familias regresaron a su país o avanzaron hacia Perú. Pero ahora están llegando más.
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