Gritos y agresiones de quienes siguen al expresidente Rafael Correa marcaron su regreso al país y su salida también. Sus diez días en Ecuador dejaron imágenes disitntas a cuando él era jefe de Estado.
Desde su primer día, el 25 de noviembre en Guayaquil, en el balcón de la sede de Alianza PAIS (AP), pocos fueron los que llegaron de verde y con carteles a darle la bienvenida. El video tomado por alguien que lo acompañaba muestra un grupo en medio de una calle vacía.
Al día siguiente, en Cuenca, el lugar para el recibimiento fue distinto a épocas de campaña, no en la zona del Centro Histórico por donde pasaban sus caravanas de antes. Ahora fue la pequeña Plaza El Rollo, y no se llenó. “Quedaremos menos, pero seremos más”, dijo Correa al referirse a que sacarían a los traidores. Para eso vino al país, para mover las bases de AP que apoyan al gobierno de Lenín Moreno y expulsar a su sucesor del movimiento. No pudo. El Consejo Electoral reconoce a Moreno como líder de AP.
En las ciudades que visitó no encontró el trato que esperaba. En su paso por Manabí reclamó públicamente porque el canal Oromar no le dio una hora de entrevista y no aceptó los 14 minutos que ese canal da a todo entrevistado. Pasó de radio en radio y desde Quito habló con la CNN que le recordó al aire que él había dicho que no vean esa cadena: ¿Por qué está aquí?, “porque me invitó”.
Y en Ibarra la aglomeración en la plazoleta Francisco Calderón fue contrarrestada por sus detractores a gritos de “preso, Correa, preso” y cantándole Rata de dos patas.
Ayer regresó a Bélgica y allá prevé quedarse unos tres años, comentó a FMMundo.
Diario El Universo
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