El planeta Tierra empieza a cicatrizar la herida producida por los humanos en la capa de ozono. Casi tres décadas después de que el acuerdo internacional conocido como Protocolo de Montreal prohibiera la emisión de los gases que destruyen esta capa que protege a los seres vivos de los rayos solares más peligrosos, un estudio científico ha detectado signos de mejora a largo plazo en los niveles de ozono en las capas altas de la atmósfera.
En especial, se ha registrado datos esperanzadores en el agujero de la capa de ozono situado sobre la Antártida. La solución de este problema causado por la acción humana es lenta pero parece estar bien encaminada, según los datos que presenta un equipo internacional este 1 de julio en un artículo publicado en la revista Science.
Los datos analizados por el equipo que encabeza la profesora Susan Solomon, del Massachusetts Institute of Technology, en Cambridge (EE.UU), indican que en septiembre de 2015, el agujero en la capa de ozono sobre la Antártida era 4 millones de kilómetros cuadrados más pequeño en relación con las dimensiones del mismo mes del año 2000.
Los análisis a largo plazo confirman, en este sentido, que pese a mantenerse importantes variaciones estacionales, el balance global es que la capa de ozono sigue recuperando sus dimensiones y grosor.
Un acuerdo internacional que sirve de ejemplo
El Protocolo de Montreal relativo a las sustancias que agotan la capa de ozono es uno de los mejors ejemplos de consenso internacional en la defensa del medio ambiente, aunque en realidad fue creado para reparar los daños causados por la acción humana. Desde su entrada en vigor, en 1989, los países firmantes de este acuerdo internacional auspiciado por la ONU han puesto en práctica la prohibición -en algunos casos de forma paulatina- de emitir a la atmósfera la gran mayoría de los gases que provocan la destrucción del ozono en las capas altas de la atmósfera, con especial atención a los CFC y los halones.
“Ahora podemos estar seguros de que las cosas que hemos hecho han puesto al planeta en el camino de la recuperación de la capa de ozono”, ha resumido la profesor Susan Solomon.
La evolución es lenta
Los autores del nuevo estudio han seguido la evolución del agujero de la capa de ozono, con especial atención a los meses de septiembre, de 2000 a 2015. Se analizaron las mediciones de ozono tomadas de globos sonda y satélites, así como las mediciones por satélite del dióxido de azufre emitido por los volcanes, que también puede impulsar el agotamiento de la capa de ozono. Y siguieron los cambios meteorológicos, como la temperatura y el viento que pueden desplazar el agujero de ozono de un lado a otro.
Esquema de funcionamiento del ozono en la estratosfera terrestre (COP-21 / AFP)
Los experos compararon a continuación sus mediciones anuales de ozono de septiembre con simulaciones de los modelos que predicen los niveles de ozono en base a la cantidad de cloro que los científicos han estimado que está presente en la atmósfera de año en año. La conclusión es que, siguiendo los modelos, el agujero de ozono ha disminuido en comparación con su tamaño máximo en el año 2000 en más de 4 millones de kilómetros cuadrados en 2015.
Además, los autores de este trabajo hallaron que la mitad de la reducción se debió únicamente a la disminución del cloro atmosférico y no por fenómenos naturales como las erupciones volcánicas.
A medida que las concentraciones de cloro continúen disipándose de las capas altas de la atmósfera el agujero en la capa de ozono seguirá reduciendose hasta cerrarse definitivamente hacia el año 2050, según las estimaciones de los científicos.
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