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3 may 2021

Falta de oxígeno, crematorios desbordados y mercado negro: La devastación en la India

Cremación en Bangalore de una de las personas fallecidas por covid
Cremación en Bangalore de una de las personas fallecidas por covid - AFP
“El viernes recibimos 6.000 peticiones de oxígeno en nuestro teléfono de asistencia, pero solamente teníamos 1.000 bombonas”, cuenta Taha Mateen, uno de los coordinadores de Mercy Mission, el mayor consorcio de ONG de cooperación contra la covid de la ciudad más poblada del sur de India, Bangalore.

Más conocida en todo el mundo como la capital india de las tecnologías de la información y los clubes nocturnos, Bangalore tiene ahora el dudoso honor de ser la ciudad del sur del país con las cifras más altas de muertes por la enfermedad registradas desde que empezó la segunda ola de la pandemia. La ciudad, de unos 8,4 millones de habitantes, también es la capital del Estado de Karnataka, uno de los cuatro Estados indios más golpeados por la covid, actualmente confinado durante 14 días hasta el 12 de mayo, reseñó El País.

Mientras corren las noticias de que las cifras oficiales están muy por debajo de la realidad, una nota de prensa del Gobierno de Karnataka situó el jueves el número de muertes en Bangalore en 6.139, con 710.347 casos confirmados de covid. Solo la ciudad de Pune (en el Estado occidental de Maharashtra) y la capital nacional, Delhi, superan la devastación. En tasa de aumento diario de casos, sin embargo, Bangalore ocupa el segundo puesto, solo por detrás de Delhi.

La magnitud de la crisis que se vive en la capital de Karnataka puede medirse por el hecho de que el Gobierno ha autorizado la conversión urgente de 93 hectáreas de terreno a las afueras de Bangalore en 23 cementerios y crematorios. Para empeorar las cosas, los habitantes de muchos de los pueblos en los que se han reservado los terrenos se han manifestado en contra de la propuesta. Alegan que los crematorios proyectados están demasiado cerca de las poblaciones.

El jueves, durante una visita al crematorio eléctrico de Kalpalli, al este de Bangalore, se contaban 50 coches fúnebres haciendo cola. “Los cadáveres se están descomponiendo. No os acerquéis”, nos gritó un grupo de conductores que charlaban apiñados mientras esperaban su turno. En medio de la desgracia, los chóferes parecían dar preferencia a la compañía humana por encima de la necesidad de mantener la distancia. En la ciudad hay 13 crematorios como el de Kalpalli y la situación es la misma en todos ellos.

Los empleados de las instalaciones se quejaban de que los hacían trabajar en condiciones inhumanas, y de que el Gobierno no ha aclarado qué salario van a recibir. Los operarios pertenecen a la casta de los dalits (antes llamados intocables) del orden social hindú. “La mayoría pertenecemos a familias que llevan siglos y generaciones realizando esta tarea. El Gobierno nunca ha regularizado nuestro trabajo, a pesar de que sus organismos utilizan constantemente nuestros servicios”, denuncia A. Suresh, de 42 años, uno de los líderes de los empleados de los crematorios. “Si seguimos trabajando es por humanidad”, añadió.
Las comunidades que creen en la inhumación de sus muertos, y no en la incineración, sufren no solo por la pérdida de los suyos, sino también por la falta de dignidad en el rito final. En los cementerios de la ciudad ya no queda sitio, y los nuevos terrenos propuestos por el Gobierno se esperan con impaciencia. “Hubo que mandar el cuerpo de mi padre al crematorio eléctrico directamente desde el hospital. Ni siquiera pudimos estar presentes cuando se lo llevaron”, se lamenta un inconsolable Jalimulá Shaik, de 36 años, durante nuestro encuentro en el Hospital Victoria, donde trabaja como voluntario para ayudar a los mayores con el registro de vacunas y la hospitalización. Shaik se incorporó a las tareas de ayuda tras la muerte de su padre la semana pasada. “Decidí que no era momento de quedarme en casa llorando. Rezamos las oraciones nazam-e-jenaza (”en ausencia”) por mi padre”, explicó.

Igual que en otras zonas del país, la escasez de oxígeno parece ser la causa principal del elevado número de muertes. “Los pacientes tienen que esperar entre ocho y 10 horas antes de que les llegue el oxígeno. La mayoría no puede esperar tanto”, observa el médico Bartool Fatima, quien trabaja como coordinador en la ONG LabourNet, que presta primeros auxilios a los enfermos que esperan que les asignen una cama en el hospital. “La falta de camas hospitalarias podría haberse solucionado si tuviéramos suficiente oxígeno. La gente se muere no por falta de medicamentos, sino de oxígeno”.

Fuente: El País

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