La zona urbana de Guayaquil no tiene una fisura geológica propia pero es altamente vulnerable aun cuando los sismos ocurren en sitios muy alejados, como el de abril de 2016 en Pedernales. Un estruendo, un sonido que muchos ciudadanos percibieron como una explosión por debajo de la tierra, es el recuerdo más vívido que quedó tras los sismos sentidos en Guayaquil, entre la mañana y la noche del pasado viernes.
Para un grupo de ingenieros sísmicos consultados por el medio aliado EL TELÉGRAFO, existe una sola explicación para el suceso: Una falla geológica que inicia en la isla Puná y atraviesa Pallatanga (Chimborazo), Cosanga (Napo) y Chingual (Sucumbíos). Pese a que esta no atraviesa directamente la zona urbana del puerto principal, sí representa un riesgo latente, afirmó Carlos Chon, presidente de la Sociedad Ecuatoriana de Ingeniería Sísmica (SEIS).
Tanto esta falla como la conformada por las placas de Nazca y Sudamericana, cerca de la costa ecuatoriana, son las dos más importantes del país. “Existen otras, más pequeñas, como la de Macará, Celica y Alamor, que también están activas”. En todos los casos citados, se dan fricciones entre bloques de roca permanentemente. El momento en que la energía provocada por el roce se libera, es cuando se perciben los sismos.
El comportamiento de la falla Nazca-Sudamericana tiene una alta afectación sobre otras más superficiales como la de Puná-Pallatanga-Cosanga-Chingual, manifiesta Carlos Martillo, profesor e investigador de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol). El movimiento, en sentido este-oeste, de la placa de Nazca por debajo de la Sudamericana provoca rompimiento de rocas -generando estruendos- y fallas.
En cuanto a Guayaquil, el riesgo no solo está en la cercanía con las dos fallas más importantes del país sino en su condición geológica. La mayor parte de las construcciones están sobre terrenos blandos y arcillosos, los cuales amplifican la vibración de cualquier movimiento telúrico que ocurra cerca.
El puerto principal, básicamente, está levantado sobre manglares y esteros. Esto provoca que las bases de las estructuras oscilen más durante un temblor. Para Álex Villacrés, docente de la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (UESS), los sismos registrados en años recientes no son los más fuertes que ha tenido que soportar la ciudad.
Según registros históricos, los de mayor incidencia en la escala de Mercalli (que evalúa la intensidad de los terremotos a través de los efectos y daños causados) ocurrieron en 1653, 1914, 1933, 1943, 1971 y 1980, cuando se alcanzaron niveles de 7 y 8, siendo 12 el más alto. Mientras que los temblores ocurridos en abril de 2016 y la semana anterior, no pasaron de 6 en la Escala Macrosísmica Europea (EMS98), una actualización de la Mercalli, según datos del Instituto Geofísico (IG).
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