Hace solo dos años, Sayed Ahmad Shah Sadaat era un apersona clave y de gran influencia en la pugna de las grandes potencias por el sudeste asiático. Como ministro de Comunicaciones de Afganistán, negoció con China la puesta en órbita del Satélite SaarcSadaat, (llamado así por la Sociedad del Asia Meridional para la Cooperación Regional), y puso fin a la colaboración con India y su programa de transpondedores Afghansat-1. China prometió además tender una línea de fibra óptica de 4.800 kilómetros, reseña ABC.
Desde su oficina, Sadaat cambió 45.000 teléfonos fijos y dio acceso a redes móviles a alrededor de 10 millones de personas en Afganistán, hasta que su situación en el cargo se vio debilitada y dimitió, en 2020. En diciembre del mismo año, advirtiendo ya el imparable avance de los talibán, decidió ponerse a salvo en Leipzig, Alemania.
A diferencia de muchos otros ministros afganos, no había desviado fondos al extranjero para garantizarse un retiro acomodado, de manera que la oficina de empleo local se encargó de buscarle un trabajo, como a cualquier otro refugiado. En la actualidad, pedalea llevando comida a domicilio, con su uniforme de color naranja y cobrando el salario mínimo interprofesional. Se gana la vida, a la espera de tiempos mejores.
En declaraciones a la televisión pública alemana, confesó que preferiría trabajar para Deutsche Telekom, pero reconoce que, mientras aprende alemán, está satisfecho con su destino. "Que Dios ayude al liderazgo talibán y al nuevo ministro talibán a convertir Afganistán en un Afganistán digital", escribe en su cuenta de Facebook. No hace tanto que publicó: "Empieza una nueva etapa. Y con ella la esperanza de un Afganistán progresista y seguro".
El nombre de Sayed Ahmad Shah Saadat resulta familiar para todos aquellos que están familiarizados con Afganistán y con sus políticos. En 2018 todavía estaba en el gabinete del presidente Ashraf Ghani. El "Leipziger Volkszeitung" descubrió su nuevo empleo en el servicio de reparto Liferando Pizza cuando realizaba un reportaje sobre refugiados afganos instalados en Sajonia.
"Ahora llevo una vida sencilla", dijo el exministro a los periodistas. Desde entonces su historia recorre los medios de comunicación alemanes y las redes sociales, suscitando todo tipo de reacciones. "Me siento seguro en Alemania", justifica su actual felicidad, "la policía no es corrupta, ni la política, y por eso me siento seguro aquí".
Pero algunos de sus compatriotas leen entre líneas y consideran que sus declaraciones blandas con el régimen talibán esconden el miedo a ser alcanzado por las represalias incluso en suelo alemán. "Seguramente por eso no habla con total libertad sobre el horror de lo que está pasando", dice desde Wuppertal Mohammad Rasoul Rahim, dueño del Restaurante Kabul de comida afgana, que reconoce despertar cada día y buscar noticias "con consternación, preocupación, miedo…".
Miedo a que los amigos puedan ser represaliados, posiblemente asesinados. "Periodistas, intelectuales, personas de diferentes religiones y activistas políticos que lucharon por la democracia. Todos ellos están amenazados de un destino terrible. Se piensa mucho especialmente en aquellos que han cooperado con la OTAN y sus aliados y ahora están en grave peligro de muerte", dice Rahim.
"Están en contra de cualquier alegría de la vida", añade este afgano de 63 años, que llegó a Alemania con su familia en 1981, huyendo de la persecución política. Allí estudió ingeniería civil, pero terminó montando una empresa que importa productos alimenticios desde Afganistán porque así proporcionaba trabajo a sus familiares en el país de origen. "Cualquier trabajo es digno", comenta, seguro de sí mismo, y considerando afortunado al exministro ahora en bicicleta en comparación con el destino que espera a muchos otros afganos.
Fuente: ABC
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