EFE).- Las imágenes de la Amazonía en llamas han dado la vuelta al mundo y se han convertido en epicentro de una inquietud global, pero otros biomas, como el Cerrado -la sabana que cubre el 25 % de Brasil- son los grandes olvidados pese a que también están siendo devorados por el fuego.
Según el Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (Inpe), tan solo en las últimas 48 horas fueron registrados 930 focos de incendio en el Cerrado y más de 11.000 en agosto, cifras que corresponden a cerca del 30 % de todos los incendios detectados en Brasil y que lo convierten en el segundo bioma que más arde en el país.
«Esta mirada internacional hacia la Amazonía es muy importante pero, desafortunadamente, la sabana no tiene la misma visibilidad ni atención. Sigue siendo vista como área de explotación y de impulso de la agropecuaria», lamenta la geógrafa Elaine Barbosa, de la Universidad Federal de Goias (UFG).
Así como ocurre en diversas partes de la selva amazónica, en la sabana, que se extiende por 12 estados, la práctica de tala y quema de los terrenos es frecuente y sirve para preparar la tierra para las siembras y el pasto del ganado.
«La gente dice que los incendios son naturales debido a las condiciones de la vegetación, pero más del 90 % del fuego en la sabana es provocado deliberadamente por la acción humana», explica Barbosa a Efe.
La geógrafa apunta que muchos agricultores y ganaderos locales inician los incendios porque suele ser «más barato» que invertir en una preparación apropiada de la tierra, lo que conlleva muchas veces a que «esos fuegos escapen al control y alcancen áreas mucho mayores que las inicialmente pretendidas por los productores».
Sin embargo, recuerda que, a diferencia de la Amazonía, la legislación ambiental para la sabana es más flexible y permisiva, debido a un plan de desarrollo industrial y expansión de la frontera agrícola impulsado en el país sudamericano a partir de la década de 1970.
Y es que, actualmente, el «Cerrado» brasileño concentra un 56 % de toda la producción de soja brasileña y un 40 % de su territorio está ocupado por la actividad ganadera, según los datos oficiales.
Pero Barbosa advierte que la deforestación y los incendios en la sabana, que conserva menos de la mitad de su cobertura vegetal natural, tiene impactos «directos» tanto para Brasil como para el mundo.
Por estar situada en el centro del país, «la sabana se conecta con todos los biomas de Brasil, excepto la Pampa (sur)». Su deforestación «impacta directamente en la condición del suelo, en la recarga de los depósitos acuáticos y en la retención de los gases del efecto invernadero», subraya.
Por su parte, el director de conservación del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), Edegar Oliveira, recuerda que, mientras el Código Forestal brasileño establece que al menos un 80 % de la vegetación de la Amazonía debe ser preservada, en el caso del Cerrado esa exigencia se reduce al 20 %.
Pero Oliveira pondera que los datos señalan que «ya no hace falta deforestar» nuevas áreas para que Brasil mantenga su producción agropecuaria y siga atendiendo a la alta demanda del mercado global.
«Tenemos 63 millones de hectáreas – más de 23,5 millones en el Cerrado- de áreas ya degradas que podrían ser utilizadas», afirma.
El director sostiene que, en caso de que no intensifique sus políticas de preservación, Brasil podría «perder importantes mercados», ya que la cuestión ambiental ha pasado a desempeñar un «papel central» en las nuevas maneras de consumo.
En la misma línea, el coordinador de la ONG The Nature Conservancy (TNC), Rodrigo Spuri, defiende una mayor inversión en «nuevas estrategias de explotación».
«No se trata de limitar la expansión de la producción, porque todos entendemos la alta demanda por parte del mercado global, sino de orientar (la actividad agropecuaria) hacia una producción eficiente», destaca.
A pesar de los altos índices de degradación ambiental, datos del Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (Inpe) indican que la deforestación en el Cerrado brasileño alcanzó los 6.657 kilómetros cuadrados entre agosto de 2017 y julio de 2018, lo que supone una reducción de un 11 % con respecto al mismo periodo anterior y el menor nivel jamás registrado.
Aún así, los incendios que se extendieron por Brasil en las últimas semanas han prendido las señales de alerta de la comunidad científica e internacional.
Para Spuri, el país se encuentra en una situación «de emergencia», pero ya «fue comprobada» su capacidad «de reducir la deforestación» y, simultáneamente, mantenerse competitivo a nivel internacional.
«Es posible hacerlo e incluso ya se lo hizo en el pasado. Hay un camino, ahora toca seguirlo», recalca.
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